Raúl López Romo: «Nuestro Primo Levi», El Correo, 5-XII-2016

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Me pregunto si en España existe (o podría llegar a existir) una figura simbólica cuyo testimonio sirva para desvelar los horrores del siglo XX y deslegitimar los totalitarismos. En Italia no hay duda de que ese rol le corresponde al turinés Primo Levi, superviviente del Holocausto. Hay multitud de víctimas del fascismo, del franquismo o del estalinismo que nos han transmitido su voz a través de libros o documentales. A efectos pedagógicos es útil contar con un autor tan referencial como Levi porque es el cabo de la cuerda del que un estudiante puede tirar si el tema despierta su curiosidad.

Si esto es un hombre, el principal libro de Levi, es una lectura frecuente en los institutos italianos por cinco razones. Primero, está muy bien escrito. Estamos ante una obra cumbre de la narrativa italiana del siglo XX. Segundo, Levi es una voz creíble: sufrió en primera persona los campos de exterminio, el trabajo esclavo, la deshumanización del otro, la extrema intolerancia. A diferencia de la gran mayoría de sus compañeros, él pudo volver para contarlo. Tercero, Levi fue un judío deportado a Auschwitz, un lugar que se ha convertido en la medida contemporánea del mal. Cuarto, el mensaje de Levi se aleja de cualquier tendencia a repartir equitativamente responsabilidades. Para él, víctimas y verdugos pertenecen a dos categorías radicalmente opuestas. Quinto, Levi asumió el compromiso de divulgar su experiencia dando charlas en colegios para sensibilizar a los más jóvenes y que en ellos no prendiera la semilla del odio.

Como resultado de todo lo anterior, en Italia existe un amplio consenso en la comunidad educativa a la hora de difundir el testimonio de Levi: los programas de numerosos centros de enseñanza recomiendan su lectura. Ésta no es un antídoto infalible contra el fanatismo, ni siquiera contra la tentación de blanquear la época de Mussolini, en lo que cae una parte del espectro social y político. Pero adentrarse en Si esto es un hombre y tener la ocasión de comentarlo en clase, por ejemplo en el Día de la Memoria (el 27 de enero, aniversario de la liberación de Auschwitz), es un ejercicio encomiable para fomentar valores éticos y democráticos.

El caso de Alemania también es elocuente. Allí no siempre han querido mirar atrás para hacer autocrítica, una práctica tan dolorosa como necesaria, pero en las últimas décadas su labor en este sentido es ejemplar. Todos los alumnos de secundaria estudian la época nazi y muchos visitan campos de concentración como Dachau, una vivencia difícil de olvidar para un chaval de 15 o 16 años. Ello no evita que haya ciertas actitudes tendentes a presentar a los propios alemanes como víctimas de la Segunda Guerra Mundial, recordando episodios como el bombardeo de Dresde o las violaciones cometidas por el Ejército Rojo. Incidir en esto tiene perniciosas derivaciones si se equipara con las cámaras de gas. No obstante, predomina la consideración del Holocausto como un episodio histórico singular en sus dimensiones y características, un episodio del que los alemanes fueron culpables por acción o por omisión.

Jorge Semprún, deportado a Buchenwald, podría haber ocupado en España un lugar similar al de Levi en Italia, pero lo tenemos medio olvidado. Quizás la Segunda Guerra Mundial se sigue viendo como algo ajeno. Quizás Semprún no cuenta con una obra tan clásica como Si esto es un hombre. Quizás no hemos dedicado suficientes recursos para revisar nuestro propio pasado oscuro y extraer lecciones de él.

Si miramos al fenómeno más reciente del terrorismo, aquí tampoco contamos con ningún escritor comparable con Levi, a pesar de que hay buenos libros de memorias de víctimas de ETA (los de Maite Pagaza, José Ramón Recalde -que también fue víctima del franquismo-, Pedro M. Baglietto o Javier Rupérez). Ahora bien, esta ausencia no es un obstáculo insalvable. Tampoco lo es el hecho de que, a día de hoy, los profesores de instituto carezcan de materiales pedagógicos adecuados: unidades o guías didácticas, videos con testimonios de víctimas y documentales adaptados a diferentes niveles, fichas de actividades… Pero hay que hacer algo para remediarlo.

Las normas educativas contemplan que el terrorismo sea tratado en la ESO y en el Bachillerato, en asignaturas como Historia, Valores Éticos o Psicología. A falta de esa figura simbólica que tienen en Italia, “nuestro” Primo Levi podría ser una obra coral, elaborada con fragmentos de testimonios de víctimas del totalitarismo. Precisamente, el 30 de noviembre el Centro para la Memoria de las Víctimas del Terrorismo y la Fundación Víctimas del Terrorismo organizan en Madrid una mesa redonda sobre la memoria escrita de las víctimas del terrorismo. Será una buena ocasión para reflexionar sobre estos asuntos y plantear un programa de acción que, con la referencia de lo que se está haciendo en Italia o Alemania, aborde nuestro pretérito imperfecto con rigor y honestidad. A fin de cuentas, ese pasado sigue proyectando su sombra sobre el presente.

 

 

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